¿Por qué vamos al psicólogo?

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¿Por qué vamos al psicólogo?

Nuestra colaboración en la revista semanal de La Vanguardia…
Hablamos sobre cuáles son los motivos por los cuáles la gente acude a la consulta de psicología y cómo los factores sociales y el estilo de vida están generando problemas psicológicos que sin llegar a ser trastornos, constituyen factores de malestar.
Que tengáis una feliz semana!

 http://www.magazinedigital.com/historias/reportajes/que-nos-preocupa-segun-los-psicologos

Qué nos preocupa (según los psicólogos)

Los psicólogos son observadores privilegiados de las preocupaciones más intensas de la sociedad. En sus consultas se habla de soledad, rechazo, competencia, presión laboral, presión social, crisis de pareja, falta de comunicación… Son factores de malestar mental nuevos o que se han intensificado en las últimas décadas por el estilo de vida y el sistema económico.

Una persona pasa junto a un gran agujero. Una fuerza la impulsa hacia dentro y se sujeta para no caer. Puede que caiga, que esquive el riesgo o que se dañe en el esfuerzo por resistir. Con esta imagen intenta explicar a sus pacientes la psicóloga de Barcelona Judit March cómo las personas afrontamos los embates de la vida. Quienes llegan a consultas como la suya son los que caen en el agujero, los que intentan evitarlo pero no resisten más e incluso los que lo sortean pero temen caer. El agujero serían la ansiedad y la depresión, que hoy son los principales males que llevan a una consulta de salud mental. U otras formas de malestar.

De la depresión como una plaga para la salud mundial hace ya unos años que se habla, pero vista la cantidad de consultas, ahora somos también una sociedad ansiosa. Aunque cuidado: psicólogos y psiquiatras advierten que no se debe etiquetar como ansioso ni depresivo a nadie. De entrada, porque son males transitorios; se curan.

Quien sufre un trastorno de ansiedad cuenta al psicólogo o al psiquiatra que se siente infeliz, o que no ve salidas en su vida o ve su bienestar amenazado. Está irritable, con problemas para dormir, tiene palpitaciones, ahogos… El malestar emocional puede acabar en dolencia; llega un punto en que impide una vida normal, plena. Muchas veces, los pacientes ya han ido a uno y otro médico y llegan al profesional de salud mental con recetas de Diazepam, Orfidal u otros ansiolíticos y antidepresivos que tampoco han acabado de resolver su problema. La salud mental tiene como tratamiento estándar la combinación de fármacos y psicoterapia, pero es constante el debate sobre si se medica en exceso o se hace poca terapia.

Entre los pacientes con ansiedad, hay más mujeres que hombres. Las de entre 30 y 50 años (aunque ellos también), en muchos casos, explican que no pueden responder a las exigencias laborales y familiares. O se sienten fracasadas. El agobio por una mala situación laboral puede derivar igualmente en ansiedad, incluso más que en estrés, cuenta Isabel Arostegi, psicóloga del Centro Arriaga de Bilbao.

Vacío y soledad
Mujer de 65 años con depresión. Siente que su vida está vacía, se siente muy sola. “Mis hijos tienen su vida, no quiero molestarles”, dice

Falta de comunicación  Pareja en que él dice
no saber qué quiere ella; ella se queja de que
“ya no hablamos,
somos como dos desconocidos”

Algunos profesionales enmarcan dentro de la ansiedad trastornos mentales diversos como el de pánico, el obsesivo compulsivo (TOC), la fobia social o el estrés postraumático, porque en todos se sufre ansiedad, señala Virginia Dehesa, psicóloga del Centro de Terapia de Conducta de València. Son casos de TOC en que las personas tienen pensamientos recurrentes del tipo “y si a mi hija le pasa algo…”, “si me echan del trabajo…” O son personas con pánico al rechazo de los demás –el síndrome hikikomori japonés, de aislamiento social, también se da entre jóvenes y adultos de aquí– o hasta de gran miedo a conducir. O son menores con pánico a los exámenes, al fracaso.

En EE.UU. se considera el uso compulsivo de los smartphones un factor más que genera ansiedad, sobre todo entre los más jóvenes. March cree que ayuda también a explicar la ansiedad reinante que existen poca tolerancia a la frustración y muchas incertidumbres vitales. Con la crisis económica se vio como aumentaron los casos. Antoni Gual, psiquiatra del hospital Clínic de Barcelona y director del centro médico psicológico Bonanova, añade que un mundo en que todo parece ir muy rápido resulta angustiante.

Ante la ansiedad, los psicólogos intentan conducir al paciente a otras maneras de pensar, sentir y actuar ante lo que le angustia. En EE.UU., hasta se han puesto de moda en terapia sesiones de una hora flotando en una minipiscina de agua muy salada e insonorizada. Una pausa mental puede ayudar, pero un buen tratamiento debe dar a la persona recursos para afrontar la situación que le hace sufrir, para saber llevarla mejor.

“La ansiedad y la depresión son reacciones de personas sobrepasadas por su vida”, resume Narcís Cardoner, psiquiatra del hospital Parc Taulí de Sabadell y coordinador del Observatori de Salut Mental de Catalunya. Lo mismo que genera ansiedad también puede sumir en una depresión. Esta dolencia (no eres quien eras, estás hundido, triste, has dejado tus aficiones, no te interesa nada…), en las mujeres mayores de 60 años sobre todo, está relacionada en muchos casos con un sentimiento de vida vacía o de soledad. Los psicólogos coinciden en que en la sociedad actual hay menor cohesión y, encima, la debilidad está mal vista, lo que explicaría que muchas de estas personas no reciban ayuda. El Gobierno británico hasta ha creado una secretaría de Estado para promover políticas que reduzcan la soledad de muchas personas.

En el tratamiento contra la depresión se insta, por ejemplo, al paciente a tener más actividad social. También incluye intentar cambiar las circunstancias psicológicas y sociales que favorecieron la enfermedad, lo cual no siempre es posible (no mejoran las expectativas de vida, o el marido sigue teniendo alzheimer o se convive con un hijo toxicómano…) y puede dificultar la cura. En un 20% o 30% de casos, por diferentes causas, la depresión se puede cronificar, hay recaídas ­sucesivas.

Ansiedad.        Hombre de 40 años que sufre por sus malas condiciones laborales y tiene un gran miedo a quedarse sin empleo y sin recursos

Problemas familiares              Una mujer tiene desde hace años mala relación con su madre, pero ahora debe cuidarla. La convivencia es difícil

“La conducta humana es muy compleja, y lo mismo su respuesta emocional. En general, una situación adversa causa sufrimiento, pero hay quien enferma y quien tiene una gran resistencia. Siempre digo que deberíamos estudiar a quienes más resisten para conocer mejor el malestar mental. En la manera como te enfrentas al mundo influye cómo eres, cómo vives, cómo es tu entorno… Pero sí, la sociedad es hoy más estresante y exige mayor adaptación”, reconoce Cardoner.

Una obsesión suya es que las personas con problemas lleguen al médico. Cuenta que en su hospital, de entorno de clase trabajadora, hicieron un estudio sobre suicidos y les horrorizó que la mayoría eran personas que no habían llegado a las consultas. “Quien está en situación de crisis personal debe recibir ayuda”, dice. Y lamenta que no se hagan campañas de concienciación como las de seguridad en el tráfico (accidentes y suicidios son las primeras causas de muerte en la franja de 15 a 30 años). “La gente debe saber que si se siente mal tiene solución, debe compartir emociones negativas. Hablar es el primer paso para curarse”, afirma.

La falta de comunicación es precisamente una de las principales razones que llevan a las parejas a las consultas, según los psicólogos. La terapia de pareja ya no es inusual, pero Arostegi advierte: “La gente cree que la terapia es exitosa sólo si logra que sigan juntos, y a veces la relación es tan mala que la unión ya es insalvable. Es mejor separarse. Así que la terapia también es exitosa si consigue una buena separación que, por ejemplo, no dificulte la custodia compartida de los hijos”.

¿Por qué alguien que aparentemente tiene una pareja estupenda acaba yendo al psicólogo? Pues muchos, porque el otro le da un ultimátum: ‘O arreglamos esto o te dejo’. Porque no hablan entre ellos; porque hay personas con reacciones desproporcionadas, ataques de ira, que gestionan de manera disfuncional las situaciones. O a veces reaccionan como lo hacían sus padres décadas atrás, pero ahora la sociedad y nosotros somos distintos, indica March. Arostegi corrobora que “muchos hombres están descolocados con el nuevo rol de la mujer”. O hay personas con carencias emocionales, incapaces de dar a su pareja lo que pide. Y, en el otro extremo, personas muy demandantes de atención que exprimen a su media naranja.

Entre las parejas veteranas (aunque los jubilados no suelen hacer terapia de pareja), la relación se desgasta o al pasar más tiempo juntos (al jubilarse, independizarse los hijos), aflora la falta de entendimiento. En cambio, entre los jóvenes, el malestar suele llegar tras una ruptura traumática, precisa Dehesa. En muchos casos, también se busca ayuda para afrontar divorcios con hijos. Y Arostegi agrega que en los últimos años de crisis, existen parejas que no se plantean la separación por las condiciones económicas y la relación se deteriora mucho.

Hay personas separadas, igual que otras que se han quedado sin empleo o sin casa, que vuelven al hogar de los padres y pueden acabar en las consultas: la presión psicológica y social, el sentimiento de fracaso, la falta de expectativas pueden causarles ansiedad y depresión. En los mismos tipos de familias reunificadas obligadamente, también pueden sentir mayor presión y angustia los abuelos.
Gual apunta asimismo un creciente malestar por una convivencia forzada de padres e hijos ya mayores que no se independizan por la precariedad laboral o la carestía de la vivienda, algo que antes no se daba.

El trabajo, sean las malas condiciones o, más en los últimos años, la falta de empleo, es otra gran causa de sufrimiento y factor de riesgo para mucha patología mental. Se cita en muchos casos de depresión y ansiedad como fuente de malestar. Además, hay personas con estrés laboral, incluso cronificado, en muchos casos, porque ellas mismas se exigen a un nivel que les resulta imposible sobrellevar, subraya Cardoner.

Crisis vital          Mujer de 35 años insatisfecha con su relación amorosa, su trabajo, su vida. Sin expectativas. Considera que su vida »es un fracaso»

Influyen, claro está, aspectos psicológicos. Hay personas que no se adaptan bien a la sociedad competitiva. “Yo creo que las consultas reflejan esta sociedad que valora altamente el rendimiento y tiene una manera de funcionar que genera estrés. Ya se nota en los estudios, pues muchos padres presionan a sus hijos y estos temen decepcionarles y les pasa factura en su comportamiento”, opina March. “Vino un hombre joven –ejemplifica– que sufría náuseas y vómitos desde hacía un año porque se sentía machacado en el trabajo. Incluso contando su problema sentía malestar físico”. Lo bueno es que bastaron cuatro sesiones de terapia para sentirse mejor.

Las psicólogas coinciden en que cada vez atienden a más jóvenes (muchos, hombres) desesperados por mejorar sus habilidades sociales, trabajar la asertividad, gestionar bien la inteligencia emocional… lo que ellos creen que les puede ayudar a tener una mejor vida laboral. En realidad, no es que tengan fallos, como ellos creen, pero no se adaptan a las exigencias laborales o sociales. “Lo importante es que la persona aprenda a relativizar lo que le causa malestar. Hay que aprender que nadie es perfecto ni puede gustar a todo el mundo. Hay que darse permiso para ser uno mismo y estar a gusto con ello”, recomienda March. Esta es una de esas máximas que se podrían enmarcar en las consultas.

Porque si el trabajo no nos ahoga, lo hacemos nosotros mismos. “Esta es una sociedad en la que debes hacerte visible, tienes que venderte bien tú y lo que hay en tu vida para mostrarte como una persona de éxito. Y eso obliga a veces a comportarse como en realidad no se es”, dice March. “Hay un malestar muy relacionado con que se proyecta una imagen superexigente que no se cumple”, añade Arostegi. O se condenan la timidez y la vulnerabilidad. Así que hay personas que, por su manera de ser, viven como descolocadas en su entorno, lo que puede causarles gran malestar. Un ejemplo claro es la gente joven que se fija obsesivamente en lo físico y quien no cumple con el modelo, se siente rechazado, señalan los profesionales.

No sólo en la adolescencia abunda quien se siente a disgusto consigo mismo. Hay quien, cuando cumple los 35 años, los 40, los 50, se sume en una crisis vital. Pensaban que a esa edad tendrían pareja, hijos, un trabajo y una casa envidiables, éxito… y nada de eso. A veces, buscando remedio, toman decisiones radicales, como separarse o dejar el trabajo, que aún empeoran su estado.

Entre estos pacientes hay tanto mujeres como hombres. ¿Qué se hace con ellos? Pues enseñarles esa regla básica de perder el miedo a ser uno mismo y aprender a sentirse bien consigo mismos. “Deben saber valorar sus expectativas, cuáles son realistas y cuáles no. A una persona demasiado crítica debes enseñarle a serlo menos; a la muy complaciente no le puedes reforzar esa actitud…”, ilustra March.

La presión empieza en la niñez. “Muchas personas piensan que los niños pueden con todo, y no es así. No tienen el colchón que da la edad adulta para asumir y relativizar lo que pasa a su alrededor, sea un abuso sexual, una situación de bullying, que la familia atraviesa problemas de pareja o económicos…”, advierte Celso Arango, psiquiatra jefe de la unidad de adolescentes del hospital Gregorio Marañón de Madrid.

Rechazo social Adolescente que se autolesiona, está triste, se aísla, se siente rechazado por “su grupo”. Los padres temen un intento de suicidio

Problemas de conductaAdolescente conflictivo cuyos padres temen
que acabe como
un caso de los del programa televisivo Hermano mayor

Con la crisis económica aumentaron los casos de niños con angustia y ansiedad. También pueden sufrir depresión. En EE.UU. han crecido mucho los casos de autolesiones e intentos de suicidio. Como el aislamiento social o los trastornos alimentarios, exteriorizan un grave malestar.

Hace 25 años no era usual llevar a los niños al psicólogo, ahora las consultas están llenas. Dehesa cuenta que atienden a muchos menores con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y a otros que tienen “conductas disruptivas y trastornos de conducta pero no TDAH”. Llegan madres y padres cansados, impotentes o asustados, que no saben qué hacer con hijos que son desafiantes (a veces muy pequeños), hasta agresivos. Son adolescentes desmotivados, sin hábito de estudio, a los que los padres no han puesto nunca límites y cuando han querido hacerlo es tarde. O que siempre han tenido lo que han querido y, al hacerse mayores, los problemas se acentúan, sus estudios van mal, la convivencia familiar es difícil.

Años atrás, las disputas eran por las notas o la hora de volver a casa; ahora son por el acceso al móvil, internet y las redes sociales y porque les dedican horas de sueño y de estudio. En el consultorio de Dehesa usan contratos entre padres e hijos (qué quiere conseguir cada uno y en que cede) para aprender a negociar y aliviar el conflicto familiar. March u Arostegui coinciden en que hay una sobreprotección de los hijos y, a la vez, se les traslada mayor presión. La falta de tiempo, por la manera como vivimos, dificulta además la comunicación, la supervisión y hasta que se detecten signos de malestar, admite Arango. Pero advierte que “no podemos oponernos a la tecnología, hay que aprender a adaptarla a la vida cotidiana de forma sana, y los padres deben supervisar a los hijos”.

El psiquiatra cuenta el caso de un chico de 16 años que estuvo un año sin salir de la habitación. Los padres tardaron en reaccionar fuera por ignorancia, vergüenza, miedo… Sufría fobia social, miedo a ser escrutado, que no es inusual entre los adolescentes. “Los cambios en la adolescencia son progresivos y van sobre cuestionar la autoridad, exigir una esfera privada, independencia. Si un chico o chica muestra un cambio brusco, deja de hacer lo que hacía, ‘ya no es el que era’, hay que consultar al médico. La irritabilidad o el aislamiento pueden ser signos de depresión u otros males”, previene el psiquiatra.

“Si hay adicciones a cannabis o sustancias sintéticas (en Francia se detectó un gran abuso de la codeína entre adolescentes) o un abuso del alcohol, todo se complica más”, apunta Dehesa.

En menores, pero sobre todo en adultos, las adicciones son casos habituales de psicología y psiquiatría, aun así, estas consultas no se han disparado en los últimos años (suben por una sustancia, bajan por otra). No se da en España una plaga de adicción a opiáceos (como el fentanilo) como en EE.UU. “Pero sí que hay algunos problemas, no podemos bajar la guardia”, alerta Gual, que es jefe de la unidad que atiende conductas adictivas en el Clínic. Y se lamenta de que en las adicciones sí se mantiene el estigma social que se ha diluido en otro malestar psíquico.

Este estigma nace de que el mal mental es incomprendido. E inaceptado. Cardoner ha oído a más de un paciente decir: “¿Quién me habría dicho que acabaría aquí?, ¡preferiría tener cáncer!”. Afortunadamente, en las últimas décadas se ha normalizado su atención. Cuando hace 20 años Gual y otros profesionales abrieron su clínica Bonanova, pensaron que quizá los pacientes no se atreverían a entrar al estar a pie de calle. ¿Quién querría que le vieran yendo al loquero? Hoy ni siquiera se suele usar este término despectivo. La normalización de la atención ha hecho que aumenten las visitas y ha abierto el abanico de consultas. Ya no sólo se tratan enfermedades como la esquizofrenia o la psicosis, sino muchos trastornos que, cada vez más, se relacionan con la manera como vivimos.

 


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Judit March

Dra. en Psicología Clínica y de la Salud. Terapia individual y de pareja.

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